domingo, 18 de abril de 2010

Antisistema

El otro día entré en el blog anónimo de un adolescente (lo sé por como piensa) y me encontré con una historia que os transcribiré a continuación, sin comentarla, porque tú querido lector/a eres, como siempre, el encargado de extraer sus significados.

¿Por qué os hago partícipes de ella? Porque considero que es muy reveladora de un polo de pensamiento juvenil actual, no demasiado intelectual, pero sí comprometido e idealista. Además, si consideramos la alternativa, los “nini”, o los del “fracaso escolar”, o los puramente materialistas que voy encontrando en negocietes, ladrillismo, subasteros, funcionarios por seguridad … podría coincidir con la apreciación del desconocido apologeta, en que la suya es un tipo de mente despierta (él piensa que la única, pero eso forma parte de su necesidad juvenil de sentirse especial)

Bueno ahí va. A leer...

...Mi abuela me dijo un día: érase una vez que se era, que tienes que pelear mucho para mantener tu trabajo, trabaja mucho, más aún incluso de lo que te digan tus jefes, que ya será mucho. En el futuro seguro que recibirás la recompensa. No te fies de los otros. Nunca sabes quién te puede traicionar. Todos quieren sacar tajada. No te fies de nadie, separate de los díscolos, de las malas influencias, no te contamines, obedece a los que mandan...

-Abuela, creo que estás exagerando. Yo estoy muy bien como estoy...

-¡No seas tonto! Ten en cuenta la máxima que rige todo este tinglado: Hay muchos perros para un solo hueso.

-Joder, abuela... que yo no soy un perro para andar compitiendo por los huesos... Pero de todas maneras el problema es que hay unos pocos perros que ellos solos acaparan la mayoría de los huesos.

Aquí mi abuela llegó a su límite: "¡Basta! No tienes remedio. Siempre has sido un golfo. Deja ya de fumar porros, abandona a las malas compañías, deja de beber, deja de salir, ahorra, córtate el pelo, hazte mayor, hazte viejo, estudia, trabaja, cambia de trabajo, vuelve a cambiar, sé emprendedor, sé depredador, búscate un buen trabajo, búscate uno mejor que el que tienes, haz lo que te digan los poderosos, piensa sólo en lo importante, piensa en tu hipoteca, en tu mujer, en tus hijos, en tus cervezas, acumula dinero, acumula buenas relaciones, compite, compite, y luego sigue compitiendo. Tienes que ser competitivo, ¿no has aprendido nada en los documentales de la 2? El pez grande se come al chico, el león a la cebra... Querido niño: la revolución es cosa de locos, la rebelión es una cosa de jovenzuelos sin cabeza. Habéis fracasado. El sistema ha triunfado totalmente. Esto es lo que hay. Son lentejas..."
Ahí me di por vencido y tuve que ceder finalmente. -Sí abuela, es cierto: el capitalismo, o como se le llama ahora, la sociedad de mercado ha vencido.

Sí, al contrario que los movimientos de la gente de abajo, el capitalismo ha triunfado y triunfa totalmente. La sociedad de mercado consigue todo lo que quiere.

La sociedad de mercado quiere que los jóvenes no tengan vivienda y que al mismo tiempo se construyan más y más casas por todos los sitios y lo consigue; quiere que sus jóvenes universitarios trabajen en Telefónica o en el Burger King por una miseria y lo consigue; quiere que Enron deje sin luz a la India y los EE UU y lo consigue; quiere que no se cure la malaria, que se derritan los polos, que se extingan 1.200 especies de aves y lo consigue; quiere que los africanos se mueran de hambre y de sida y lo consigue; quiere que los iraquíes giman, que los ecuatorianos pasen sed, que las senegalesas se prostituyan y lo consigue.
Aquí mi abuela se revolvió: "Estúpido… Tú eres de los de cáscara amarga. O como diría cualquier chaval de ahora, ¡es que tienes muy mal rollo! ¿Es que no sabes divertirte?"
-Sí que sé, abuela… de hecho me divierto mucho y…

Pero no me dejó continuar: "Querido niño, la humanidad, pese a todo, ha conseguido muchos y grandes logros".

-Abuela… tan mayor y todavía confundes las palabras. La humanidad, o el hombre en abstracto no es lo mismo que "los hombres y las mujeres", es decir, las personas, que son lo único real, lo único que existe.

Se nos dice: el hombre ha puesto el pie en la luna, mientras la mayor parte de los hombres y mujeres no ha puesto jamás el pie fuera de su país.

Se nos dice: el hombre ha llegado a Marte, mientras 500 millones de personas tratan de llegar, muriendo muchos de ellos en el intento, a Europa, Australia o EE UU en busca de una vida digna y mientras otros 1.500 millones tienen que llegar al final de la jornada con un dólar pelado.

Se nos dice: el hombre ha descubierto los antibióticos y las vacunas, mientras que cada diez segundos muere una persona por tuberculosis, sarampión o disentería. Se nos dice: el hombre ha dominado la Naturaleza, mientras 1.200 millones de personas no tienen siquiera acceso a agua potable. Se nos dice: el hombre es capaz de correr los cien metros en 8 segundos, mientras el mundo se llena de cojos, inválidos y mutilados por las minas y las bombas y 2.000 millones de hombres y mujeres vacilan sobre sus piernas, aquejados de anemia.

Se nos dice: el hombre puede volar, mientras los hombres y mujeres se arrastran; el hombre sabe clonar, mientras los hombres y mujeres mueren en la cuna; el hombre ha descifrado el genoma, mientras los hombres y mujeres apenas saben leer. Y aunque estadísticamente sea mucho más hombre el que muere de hambre, por enfermedades curables o por la violencia, el que no tiene ni teléfono ni luz ni agua, el que duerme en la calle o sufre esclavitud, jamás oiremos decir a un político, un periodista o un filósofo: "la humanidad pisa una mina en Vietnam" o "la humanidad es machacada en Faluya" o "la humanidad cojea" o "la humanidad se prostituye."

No podemos decir "la humanidad ha llegado hasta Marte" sin engañarnos, pero sí podemos decir tajantemente: "la humanidad se muere de hambre". Los hombres se mueren de hambre en Sudán, en Etiopía, en Bangladesh, en las favelas de Brasil y en las chabolas de Haití; pero también se mueren de hambre en Madrid, en París, en Nueva York, en las grandes superficies comerciales de Londres y en los restaurantes de lujo de Los Ángeles. Se mueren de hambre los pobres y se mueren de hambre los ricos. Unos quieren comer algo y otros quieren comer más. Pero todos nos morimos de hambre.

El capitalismo no es, como pretenden sus economistas, un régimen de intercambio generalizado sino un sistema de destrucción generalizada; consiste en una guerra ininterrumpida al mismo tiempo contra los hombres y contra las cosas. A la guerra contra los hombres la llaman trabajo, a la guerra contra las cosas la llaman mercado; y lo que llamamos convencionalmente "guerra" -con sus bombardeos, sus incendios, sus víctimas mutiladas y sus escombros- no es más que una forma rutinaria de ajustar el trabajo y el mercado. El capitalismo es una estructura de hambre, el hambre como estructura, la maldición griega de tener que producir infinitamente, a velocidad creciente, para la destrucción; la necesidad de arrojar a la hoguera, cada vez más deprisa y en mayor número, todas las cosas del mundo. La falta de límites del capitalismo -por encima de la razón limitada, de la imaginación también limitada y del cuerpo frágil- devora la tierra, los bosques, el agua, los minerales, los animales, las catedrales, el aire, los cuerpos, las montañas y las ciudades sin interrupción. Su falta de límites no contempla el carácter finito de la tierra, la irreductible resistencia exterior sobre la que trabaja. Su falta de límites, además, no contempla la diferencia entre una gavilla de trigo y una bomba de racimo, entre un libro y una bomba atómica, entre una vacuna y una mina antipersonal... medios por igual de su reproducción ampliada, y exige la destrucción de todos sus medios sin distinción, aunque con ello destruya la condición misma de todos los fines. Por eso el capitalismo constituye, ante todo, una amenaza a la humanidad como especie.

Abandonado a su dinámica interna, regulado sólo por sus propias contradicciones, el capitalismo conduce a su propia destrucción, sí, pero no al socialismo o al anarquismo, como pretendía el optimismo decimonónico, sino al apocalipsis.

Pero la abuela no contestó. A su edad -lo sé- es difícil seguir un discurso tan largo. Hace ya rato que dormía plácidamente en su silla.

Y colorín colorado, este cuento, desde luego, ya está acabado
.

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