Cuando llega el estrés, el desánimo o el agobio, como directivos mostramos nuestro peor yo. Cuando fluimos, enseñamos nuestra mejor forma de ser: somos líderes versátiles, serenos, cercanos, sanamente exigentes, servimos a los demás y generamos sinergias. Es lo que se llama “el principio de Anna Karenina”, por el comienzo de la magna obra de Tolstoi (1877): «Las familias felices son todas iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera».
Las anteriores palabras de mi colega Juan Carlos Cubeiro me dan fuerza para, parodiando a Pepe Isbert en Bienvenido Mister Marshall, decir: “Como consultor y coach vuestro que soy, os debo una explicación. Y como os debo una explicación, os la voy a dar”.
Estoy cansado de quedarme perplejo con ciertas afirmaciones de algunos ¿colegas de profesión? respecto a los directivos. Me refiero por ejemplo a las catalogaciones y para no referirme a nadie, me las aplicaré a mí mismo. Mi cerebro retiliano puede también inducirme a huir o a atacar. Y esta vez elijo atacar: ¿puede usted, catalogador/a llegar siquiera a imaginarse lo difícil que resulta liderar personas?
Mire usted, catalogador/a, como Director General de mi empresa, no sé si soy un
directivo tirano(se creen superiores y tratan de exhibirlo todo lo que pueden, despiadados, absurdos, mediocres, payasos);
adicto al trabajo(no saben irse a su casa y cuando se van es con trabajo. Mandan emails de madrugada, son frikis laborales);
acelerado(van siempre como una moto, se creen eficaces pero están desbordados y desorganizan a los demás. Viven en un caos que provocan ellos mismos);
McGyver(siempre se les ocurre una solución genial para todo. Cuando todo el equipo está asustado por un problema de un plumazo encuentra siete soluciones);
coleguita(quiere ser uno más, no el jefe. Le viene grande el puesto e intentan disimularlo haciéndose pasar por un compañero más y evitando problemas)
muermo(aburridos y sosos. Serían felices sin gente y con un tampón y un sello para visar papeles todo el día, pero alguien los nombró jefes y a aguantar toca);
mandón(todo es mandar, haz esto, haz lo otro, manda esto, esto así, esto asá. Son muy útiles para dirigir a inútiles y muy limitadores para gente con iniciativa); o
missing(no están, nunca están, el equipo no puede contar con ellos porque no hay forma de verlos ni de que dediquen tiempo a los suyos).
Si me analiza usted, catalogador/a, desde la diversidad intangible del diversigrama, tampoco sé si soy “toro” y mi lado oscuro como visceral extrovertido puede convertirme en mandón; o como visceral equivertido “delfín” en missing; o como visceral introvertido “abeja” en adicto laboral; o como emocional extrovertido “buey” en coleguita; o como emocional equivertido “león” en acelerado; o como emocional introvertido “cisne” en caótico; o como intelectual introvetido “búho” en muermo; o como intelectual equivertido “gacela” en dubitativo; o como intelectual extrovertido “mariposa” en tirano, porque suelen manejar mal las crisis. Los McGyver, que parecen resolutivos, se han colado en esta tipología de jefes con graves imperfecciones.
Sin embargo, catalogador/a, pienso -quizá ingenuo de mí- que en su afán le mueve la opinión que compartimos, de que la diversidad enriquece a nuestro proyecto. Necesitamos tener el ímpetu de los bueyes, la capacidad de generar consensos de los delfines, de trabajar de las abejas, la generosidad de los bueyes, la imagen de los leones, la creatividad de los cisnes, la inteligencia de los búhos, la lealtad de las gacelas y la diversión de las mariposas.
Para conseguirlo nos esforzamos en construir un equipo, porque compréndalo y asúmalo, no existe el directivo Superman y cuando usted expone sus tesis catalogando, me hace sentir calificado en algún momento de mi actuación, lo admito, pero sin fundamento y, sobre todo, sin perspectiva. ¿Ha dirigido usted personas alguna vez en una empresa? -una empresa no es un proyecto- ¿no le parece a usted imprescindible antes de jugar al entomólogo con los directivos? Además ¿en qué me ayuda eso?
Ni soy un toro, ni una gacela, ni un equivertido porque todos nosotros somos en algún momento de nuestras vidas ángeles o demonios. En el exceso, toda fortaleza puede convertirse en obsesión. En la coyuntura desfavorable, cuando transformamos el proyecto compartido, cualquier perseverancia puede troncarse en fracaso o, al menos, en retraso.
La pasión es imprescindible, pero la razón es la guía.
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